A veces la vida nos golpea muy fuerte y para aliviar el dolor nos premia con algo hermoso. Esa es la balanza de la vida. La vida es llanto y es canto. La vida es las famosas rosas con sus espinas, ahora me tocó disfrutar de las rosas.
Cuando la vida te premia con un regalo maravilloso... en este caso, decir, gracias, no es suficiente ¿Y entonces, qué hago o qué decir? Si las palabras se me vuelven mudas, silenciosas como estrellas, se quedan en mi interior y solo saben alumbrar hacía el centro del corazón, haciéndolo rebosar de felicidad.
Pues señores, eso es lo que me pasa, no tengo palabras para poder escribir mis emociones.
Ni suficiente para agradecerle a la vida o a Dios, que me haya devuelto aquel precioso niño, llamado Oleg Wassiliv.
Estuvo conmigo dos años de acogida, dos años que fueron maravillosos, era un niño muy cariñoso, noble, risueño, dulce y muy inteligente, todo él era amor.
Cuando marchó a Rusia, la despedida fue muy triste y muy dura, tanto para él, como para mí y toda mi familia.
Jamás olvidé su promesa de niño, me dijo así: Cuando yo sea un hombre buscaré a mi madre española, a mi madre Lola.
Yo le conteste: cuando seas un hombre y me busques,
aquí te estaré esperando, a mi niño Oleg.
Por circunstancias de la vida perdimos el contacto. Hace unos meses recibí una inmensa alegría, después de más de veinte años,
Oleg Wassiliv, aquel niño hoy todo un hombre, ha cumplido su promesa, ha buscado a su madre española y la ha encontrado, porque siempre lo he estado esperando, con mis brazos abiertos y toda la paciencia y esperanza de una madre. Gracias mi precioso niño, por todos estos largos años, que nos has tenido presente en tu corazón, tú has estado siempre en el mío. Gracias por cumplir tu promesa, eso dice todo de ti. Te quiero, Oleg Wassiliv.
Lola Barea.