Jamás pensé en tan importante utensilio, ahora le echo mucho de menos, mucho.
Les cuento:
-Es de noche y me encuentro perdida en el bosque, entre árboles, matorrales, zarzas, charcos de lluvia, y, tengo
frio, cansancio, sueño, mucho sueño.
Veo un llano en medio de varios árboles, la tierra está despejada de
ramajes, un lugar perfecto para descansar.
He buscado ramas secas, con algunas he preparado una especie de
cama, con el resto para cubrirme.
Ha parado la lluvia, se fue el
frio, y he conseguido relajarme, a pesar
de mi situación.
Miro hacia el cielo, las nubes van
tan deprisa, que me confunden - no sé si
son ellas que se mueven o yo.
Escucho ruidos cerca de mí, puede ser algún conejo. Cojo una rama, y la
sacudo contra el tronco del árbol, a la vez que hago uso de mi voz para ahuyentar
al intruso visitante, (quizás la intrusa sea yo). De nuevo silencio.
Vuelvo a cubrirme con las ramas, y me concentro mirando al cielo. Ya se ven algunas
estrellas, eso hace que no sea tan negra la noche. Escucho como se acomodan
pájaros en los árboles, pero no tengo miedo de ellos.
Las ramas no sirven como almohada, están duras, frías, se clavan en todo mi cuerpo y me duele el
cuello.
Echo de menos mi blandita almohada, con su almohadón recién lavado, y
suave con el suavizante de marca blanca, oliendo a flores del bosque.
Lola Barea.
Código de registro: 1605087459155